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domingo, 28 de marzo de 2010

Sin.

Érase una vez una niña sin voz y un muchacho sin corazón que se conocieron un buen día a la luz del atardecer en un jardín de orquídeas y margaritas. A partir de ese momento, la niña sin voz y el muchacho sin corazón compartieron muchos días a la luz del atardecer en jardines de orquídeas y margaritas y no tardó en florecer en la niña la admiración hacía el muchacho.
Un día que la niña explicaba con mímica dominada sus aventuras veraniegas, ésta, sin aviso oportuno, abrazó fuertemente al muchacho, que quedó sorprendido, y largo rato después ella lo besó. El muchacho sonrió y le dijo:
-¿Qué es lo que deseas?
A lo que la niña contestó poniendo el dedo índice en el pecho del muchacho.
-¿Deseas mi corazón? -sonrió- Yo te lo daré...a cambio de lo que yo deseo.
La niña, impaciente, posó sus manos abiertas en las mejillas del muchacho y, con una mirada de ansiedad, lo instó a contestar lo más pronto posible.
-Deseo tu voz, a cambio.
Y se marchó.
La niña, desolada, sin que nadie lo supiera, lloró durante noches, ofreciéndole su sonrisa al día, dándole su verdad a la luna. Lloró por no ser de otra forma, por no poder dar aquello que le era demandado y que, por el mismo motivo, no podía conseguir lo que anhelaba más que vivir.
Pasó tiempo de aquéllo, y la muchacha seguía acudiendo al jardín de orquídeas y margaritas, del mismo modo que el hombre lo hacía. Y ella esperaba allí sentada, a sabiendas que él no la miraría, que no tendría más ojos que los que depositaba en las diferentes muchachas que cada día a la luz del atardecer el hombre portaba.
Algunas noches, cuando el hombre y su acompañante dejaban el lugar, la muchacha los seguía por calles adoquinadas, bajo la lluvia, a través de las luces semiopacas de la ciudad, pasando por el tumulto de las ciudades hasta moteles de color apagado, otras veces rojizo, y se quedaba cerca de la puerta donde los veía entrar, sentada durante horas, hasta que el sueño, el frío, o la lluvia la deterioraban tanto que su propia consciencia no la dejaba continuar.
De repente, un día como aquellos tantos otros que el hombre invitaba a pasar a alguna mujer con él, la muchacha sintió tanto dolor, tanta mentira acumulada durante la luz del pálido sol, que sollozó. Sollozó y su voz la hizo temblar, de asombro, de felicidad, de miedo...y su locura la hizo correr hacia la puerta y golpearla con todas las fuerzas renovadas. El hombre, azorado, abrió la puerta y la reconoció. Ella dijo:
-Quiero tu corazón, toma mi voz.
El hombre la miró, sonrió levemente y llevándose una mano hacia el cabello dijo:
-Me dejas sin palabras, muchacha.

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