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jueves, 4 de marzo de 2010

Daño colateral

Se preguntaba por qué le habían dado la habitación más amarilla del hotel. Era pequeña, los muebles, feos, la cama rota y la ventana atrancada. Las paredes, en un estertórico intento de modernidad, eran de un color naranja chillón que arañaban su cerebro como a una pizarra, con algunas manchas que lo palidecían, quién sabe, manchas de adúltero, de solitario o de reprimido en violeta. En todo caso, olían mal. Le dolían los ojos. No encontraba la puerta ni el aire.
Una vez cedió el pomo, trató de alargar el pasillo lo máximo posible, aporreando las paredes y topezando con la moqueta sucia que olía a SVR y que conducía a los ascensores, allá, a lo lejos. El último sprint y el primero no funciona, el segundo no abre las puertas ¡maldita sea! El puto tercero tardó cerca de un milenio en abrir una boca fría y oscura.

El Imbécil, cayó por el agujero del ascensor sin suelo.

A una calle de allí, Sergei se dirigía al hotel anticipando una limpieza de civil accidental. O accidentado.

Se rió.

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