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viernes, 5 de marzo de 2010

Prospecto

K se adelantó. Miró fijamente a ambos flancos y siguió avanzando hasta el siguiente punto. Otros compañeros le seguían muy de cerca, disparando balas sueltas hacia el cielo de vez en cuando, con la esperanza (algunas veces, la suerte) de acertar a darle a alguna de las criaturas. Hizo señas, y los demás continuaron por el camino mojado y pendiente, a duras penas manteniéndose erguidos pero con la mirada fija en el horizonte.
K tenía miedo. No era la primera vez que salía a combatir, ni mucho menos, pero todo aquello le sobrepasaba. El desconocimiento le producía pavor. No podía pensar en condiciones y mucho menos dar órdenes; pensar en todo eso solo empeoraba las cosas. Inmerso en sus vacilaciones notó una palmadita en la espalda y una cara conocida le propinó una media sonrisa burlona y un movimiento de ánimo con una mano fugaz. Era P, uno de los mejores, y no sólo en su trabajo. Lo vio adelantarse rápidamente y prepararle un lugar seguro para su paso. P no hablaba mucho. Sobretodo si tenía que ver con algo relacionado a su persona, pero era de confianza. K se apresuró en recorrer el espacio que quedaba entre los dos al mismo tiempo que la luz se iba atenuando y el espacio comenzaba a distorsionarse.
Cuanto más se aproximaban a las cúpulas donde nacían sin parar los monstruos, más bochorno hacía. El calor era insoportable, la visión empezaba a nublársele y el horizonte parecía cada vez menos estable. El aire era denso y se mecía alrededor de K, acariciándolo, abrazándolo, ahogándolo. K pensó que iba a vomitar. Había olvidado incluso cuanto tiempo llevaban aguantando y le producía mareos el hecho de imaginar cuanto podía durar el infierno.
P dio aviso de vía libre para continuar y en un momento los dos se recreaban con la destrucción de algunas de las huevas de las que regurgitaban los seres.
Algunos monstruos más grandes se acercaban y destruían las pocas defensas que les quedaban, K y P sabían que no tardaría mucho en pasar lo que ya habían aceptado. M se unió a la escaramuza de ambos, y con las palabras precisas y en el momento preciso (como siempre) les alentaba recordándoles que llevaban exactamente siente horas y cincuenta y ocho minutos. Pronto los refuerzos estarían allí y la iban a liar parda...
-Venga, cielo, tómate las medicinas, que ya toca.

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